La receta electrónica, junto con el perro y otras alternativas se ha convertido en el “salvoconducto“ adecuado para poder salir de casa.
Hay personas que llegan a la farmacia, esperan a ser atendidos y cuando llega su turno te dicen “mira a ver si sale algo en la receta“, sabiendo perfectamente que retiraron su medicación el día anterior y que hasta dentro de un mes no necesitan nada.
También tenemos al que va “administrando” lo que se quiere llevar, hoy viene a buscar las pastillas del colesterol, mañana las de la tensión, pasado las de la diabetes, y así sucesivamente.
Estos casos son, sobre todo, de personas mayores con diversas patologías que deberían llevarse toda la medicación junta y no salir de casa.
Por otro lado, al igual que en otro locales de atención al público, hemos puesto unas líneas en el suelo con una distancia de un metro entre sí, de manera que se guarde la distancia de seguridad recomendada entre usuarios y también con las personas que les atienden. Pese a ello, muchas personas dejan sus pies más o menos en esa línea pero apoyan las manos en el mostrador sobre el que, por mucho que se desinfecte, alguien puede haber tosido, estornudado o puesto también encima sus manos.
También nos encontramos con el caso opuesto. Personas que han llevado la limpieza y desinfección de sus casas al límite y vienen con las manos destrozadas o intoxicadas por haber estado inhalando la mezcla de lejía y amoniaco que han preparado para limpiar.